Los Colores de la Vida

Vivo en la selva amazónica, como tú en la gran ciudad.
Tú vas al supermercado y regresas a casa con comida y a veces con una mascota para tu hijo. Yo salgo a la selva a buscar mi comida, que está por todas partes; y a veces regreso a casa con un mono o un papagayo para que juegue con mis hijos.
En los campos, tus hermanos rezan a San Isidro para que no llueva, nosotros a Nunkui, la madre de las plantas cultivadas.
Te he visto sentado junto a tu hijo, enseñándole las cosas de la vida. Yo hago lo mismo, pero muy de mañana, y te aseguro que a mis hijos les encanta oír las historias de mi pueblo.
Y cuando tú vas al mar a bañarte y gozar del sol, yo me voy al ancho río Upano, que para mí es como el mar.
Y cuando te enfermas, el doctor te cura matando los microbios con remedios. En mi pueblo, el schamán los mata con flechas que nadie ve.

O sea, que hacemos lo mismo, pero de manera diferente. Es como si la vida fuera en todas partes la misma, sólo de diferente color. Y por ello, quisiera conocerte más, valorar lo que haces, lo que amas y construyes. Ojalá un día vengas a mi casa, y te sientes en mi banco y me cuentes de ti, hasta que el sol se hunda detrás de las palmeras de mi selva...

José Ingenieros

En el año 1911 Ingenieros se autoimpone un exilio después de que desde el poder ejecutivo no le otorgaran la cátedra de medicina legal, afirmando en una carta al presidente de la nación (Roque Sáenz Peña) que no retornaría al país mientras estuviera él en el poder.


En este período aumenta su preocupación por temas filosóficos y por la historia de la filosofía, abandonando las reflexiones sobre criminología y psiquiatría. Al mismo tiempo, lleva a cabo una reivindicación del ideal y de las minorías superiores. Permite ahora la introducción de la metafísica, lo cual se aleja de una gnoseología empirista y relativiza su positivismo. Su proyecto de “filosofía científica” sitúa en un lugar central la imaginación creadora (del hombre superior) que proyecta la esfera de lo empírico: “La filosofía científica se elevará a la categoría de una verdadera metafísica de la experiencia”[1]. La imaginación y las hipótesis que desbordan la experiencia sensorial puntual la incorpora Ingenieros al discurso moral para configurar el concepto de “ideal”, garantía de futuros perfeccionamientos morales.


Sobre esta idea se edifica El hombre mediocre, obra clave de su producción en cuanto a la resonancia continental que tuvo, escrita en su exilio europeo, que integra el discurso moral en el análisis social sin descuidar la dimensión política. En este texto se pone de manifesto la lucha entre el ideal, la cultura y los intereses materiales, el lucro; la ciencia hecha oficio, frente a la verdad como culto. El hombre superior –una exigua minoría– que es portador de ese “ideal” encuentra su oposición en el hombre mediocre que carente de tal ideal, es incapaz de crear y por lo tanto se dedica a imitar y a vivir domesticado en el rebaño, colaborando en la perpetuación de dogmatismos. Hay pues aquí, una fuerte reivindicación del individualismo y del individuo superior, fuerte, muy cercana a la que encontramos en las páginas de Nietzsche. Dice Ingenieros sobre el hombre superior:



Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna


perfección más allá de lo actual, son los “idealistas”. La unidad del género


no depende del contenido intrínseco de sus ideales sino de su temperamento:


se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas


impliquen un sincero afán de enaltecimiento. Cualquiera. Los espíritus afiebrados


por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios,


entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra


los dogmáticos (...) Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.



El autor reconoce explícitamente sus rasgos de nietzscheanismo. Pese a esto, hay que tener en cuenta que desde la dimensión histórica de su tiempo, Ingenieros recogió un nietzscheanismo interpretado como extensión del biologismo darwiniano. Como a toda la generación de su tiempo, lo que más le entusiasmó fue las críticas a la burguesía y la afirmación de un yo elevadamente aristocrático sobre el rebaño.

Utopía política

Ingenieros cree que siempre habrá minoría de idealistas y una mayoría de mediocres. Y por lo tanto, el elitismo es inevitable. En este sentido, defiende la noción de genio y expone algunos ejemplos[2]. Y es así que ataca la defensa de la igualdad (que por otro lado se está llevando a cabo en el proceso político del momento en Argentina, con la ley Sáenz Peña), afirmando que la igualación es la muerte, y que atenta contra el progreso de la civilización porque algunos actuan "como si la igualdad ante la ley implicara una equivalencia de aptitudes". Por lo tanto, también es necesario que exista la masa mediocre, que aporta la estabilidad general del organigrama social. Ahora bien, esa mediocridad puede resultar peligrosa cuando se vuelve sistema de vida e irrumpe en la política. Es lo que según él estaba sucediendo en la Argentina del momento: es decir, se da en Ingenieros la figura del intelectual segregado por la vida sociopolítica de su país, figura del modernismo de fin de siglo por antonomasia. Está convencido de que la civilización está llevando a cabo el destierro del idealista, el hombre superior. A su crítica feroz del sistema parlamentario, se añade la denuncia del clima político del país que califica de "mediocracia". También dirige sus críticas a la represión del individuo por parte de las fuerzas conservadoras. Lo que cuestiona Ingenieros y adonde apunta su propuesta es a todo el sistema de valores y creencias, lo que abarca más que la esfera política, aunque se transmita mediante ésta (mediante la mediocridad de la clase política, por convertir la política en profesión). Ante esta estructura desprestigiada, el sufragio no representa ningún adelanto. Es más, se ha predicado siempre que la democracia es el gobierno sobre un pueblo soberano, cuando efectivamente las masas ignorantes jamás han tenido la capacidad de gobernarse. Por eso, tanto la miseria como la ignorancia boicotean la auténtica lucha por la soberanía. En este mismo sentido, "para ser pueblo [antítesis de partido] no basta ser multitud", sino que lo que constituye como pueblo es la presencia de un ideal. Pero su crítica de la democracia tampoco apunta a la defensa de una aristocracia de linaje o de dinero, sino que su utopía política apunta a una "meritocracia", donde se afirma el mérito como base natural del privilegio. Su proyecto huye tanto del conservadurismo oligarca como del ascenso de grupos sociales más amplios, que es lo que se estaba produciendo en Argentina, para intentar acabar con la marginación política de un amplio sector.















[1] Principios de psicología, Madrid, 1913.



[2] En el capítulo VIII “Los forjadores de ideales” dedica una sección a Domingo F. Sarmiento (1811-1888, presidente de la República de afinidad ideológica con Ingenieros: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado") y otra a Florentino Ameghino (1854-1911, paleontólogo que elaboró una teoría sobre el origen del homo sapiens e introductor de las doctrinas de Lamarck y Darwin en la Argentina).