“Australia: Aborígenes, Minería y Supervivencia” J.BARTROLI en MINORÍAS ÉTNICAS. Pedro Ceinos Coord. Integral. Barcelona, 1990. pp. 69-75
La denominación de “aborígenes” hace referencia a numerosos pueblos diferentes, pese al carácter homogeneizador del término.
Se ha podido constatar unas complejas organizaciones sociales y una tradición simbólica, espiritual e intelectual indiscutible a pesar de haberlos considerado salvajes como pretexto para exterminarlos. Cuando llegaron los colonos británicos, los británicos se atribuyeron sin dudar la propiedad de la tierra; Desde ese momento hasta ahora ha tenido lugar una historia de dominación. 200.000 aborígenes en Australia hablan 228 lenguas diferentes, pero ya ninguno mantiene la antigua forma de vida de caza y recolección.
En relación a la propiedad de la tierra, uno de los principales problemas, no existe un reconocimiento legal de sus derechos con lo que una de las principales amenazas son para ellos la industria minera, que para controlar los recursos ocupan sus tierras. La traducción oficial a su lógica resistencia es que “los aborígenes se oponen a las actividades mineras y pueden colapsar el desarrollo económico de Australia”. Por esa razón, se puede afirmar que todos los problemas de los aborígenes en Australia derivan de éste básico: la falta de derechos territoriales.
En el contexto de una democracia occidental como es Australia, han sido numerosas las muertes –la mayoría ahorcados –de aborígenes en prisión (encarcelados por pequeñas faltas). De igual forma, cabe destacar que son el pueblo con mayor proporción de población presa en el mundo, siendo de 775 por cada 100.000 habitantes. Existe una problemática actual, consecuencia de una historia como se ha dicho, de dominación, pero en los cursos de historia de las escuelas australianas se habla de la invasión y resistencia como si no tuviera ninguna relación con la realidad contemporánea.
Respecto a la desaparición del nomadismo aborigen como consecuencia de la dominación territorial de los blancos y la política de asimilación del gobierno australiano el antropólogo W.J. Peasley narra la historia de una pareja aborigen como “los últimos nómadas australianos” (simbólicamente), en la que se ilustran cuestiones como los tabú de una tribu, el proceso de desaparición de éstas como cuerpo social, el choque del mundo aborigen y el mundo de los blancos y el fin del equilibrio ancestral.
En el caso de los tasmanos, se puede hablar efectivamente de “el pueblo que no existe”, puesto que desde el establecimiento del mito del último tasmano a raíz de la muerte de la última mujer tasmana “de pura sangre”, los tasmanos mestizos no han sido considerados como tales y la mezcla simplemente se ha obviado, después de haber sido un pueblo víctima de un genocidio sistemático desde la llegada de los colonos europeos.
En este artículo se hace referencia y se insiste en la contemporaneidad de los aborígenes, que corrientemente son considerados, de forma intencionada, como si fueran una población anclada en la edad de piedra. Esto permite (además de justificar los mecanismos de asimilación cultural) que tenga lugar una profunda desconexión entre los sucesos históricos de invasión y genocidio y la dificultosa situación actual de los aborígenes, de forma que no se intervenga o bien que se haga de forma equivocada, legitimando la injusta situación originaria. Es en este sentido, que durante todo el siglo XIX y principios del XX se hablaba incluso del “eslabón perdido” en relación a los aborígenes.
Asimismo, la ocupación británica de finales del siglo XVIII ha provocado principalmente, una reducción muy pronunciada de la población aborigen, hasta llegar a ser una minoría numérica –y por lo tanto cultural, étnica...–dentro de la sociedad dominante blanca (con todo lo que eso conlleva, como por ejemplo la dificultad para canalizar las reivindicaciones de derechos), y la pérdida progresiva de una diversidad (en el proceso de una homogeneización) que existía antes de la invasión europea.
El caso de los tasmanos presentados aquí irónicamente como “el pueblo que no existe” es significativo ya que pone de manifiesto el problema de los criterios para considerar qué o quién es aborigen, que características se deben dar para hablar de “aborigen”. Este problema resulta de vital importancia cuando analizamos datos estadísticos de los censos. Los datos finales serán, como podemos imaginar, muy diferentes dependiendo de los criterios aplicados. Hemos visto como hay una manipulación política, interesada, de la cuestión, ya que si los mestizos no son considerados aborígenes, serán menos los que podrán legítimamente reclamar unos derechos civiles (maquiavélicamente hablando, menos problemas –numéricamente –para el Estado australiano). En este sentido, se ha hecho referencia a la precaria situación legal de los aborígenes en la sociedad australiana; tanto ha sido así, que hasta hace sólo 40 años, los aborígenes no eran considerados ni siquiera formalmente ciudadanos. Efectivamente se puede hablar de dos sociedades paralelas en el mismo territorio; mientras que la pirámide de población blanca es europea, la pirámide de la población aborigen es propia de un país del Tercer Mundo. Por supuesto, como siempre que existe una población dominante, este territorio en rigor no es “el mismo” para ambos; hay una clara concentración de población aborigen en determinadas zonas, como en el norte del país, donde representan el 60% de la población. Evidentemente, siempre alejados de los centros de poder económico y político.
El texto sobre “la historia de amor de los últimos nómadas australianos” evidencia un problema central en la historia aborigen: no hay vuelta atrás, dada la situación actual, en el contexto de una sociedad occidental dominante y establecida no es posible volver a la caza y recolección. Resulta estéril intentar retomar una “pureza” de los orígenes, ya que tanto el entorno natural como la situación histórico-social ha cambiado profundamente. Hay aborígenes que han adoptado el modelo de vida occidental, lo cual implica de alguna manera renunciar a su modelo de vida tradicional. Sin embargo, hay una cierta resistencia a entregarse totalmente; a los que hacen esto, el resto de aborígenes los llaman coconuts (“cocos”: negros por fuera y blancos por dentro) porque les acusan de haber olvidado sus raíces, su identidad. Pese a esto, la supervivencia de su vida económica tradicional (caza y recolección), su nomadismo, sus formas de vivienda... se antoja insostenible cuando no se dispone del entorno, cuando la propiedad de éste está en manos de la explotación industrial de la economía occidental, en el contexto de una mundialización del modelo económico occidental.
Los Colores de la Vida
Vivo en la selva amazónica, como tú en la gran ciudad.
Tú vas al supermercado y regresas a casa con comida y a veces con una mascota para tu hijo. Yo salgo a la selva a buscar mi comida, que está por todas partes; y a veces regreso a casa con un mono o un papagayo para que juegue con mis hijos.
En los campos, tus hermanos rezan a San Isidro para que no llueva, nosotros a Nunkui, la madre de las plantas cultivadas.
Te he visto sentado junto a tu hijo, enseñándole las cosas de la vida. Yo hago lo mismo, pero muy de mañana, y te aseguro que a mis hijos les encanta oír las historias de mi pueblo.
Y cuando tú vas al mar a bañarte y gozar del sol, yo me voy al ancho río Upano, que para mí es como el mar.
Y cuando te enfermas, el doctor te cura matando los microbios con remedios. En mi pueblo, el schamán los mata con flechas que nadie ve.
O sea, que hacemos lo mismo, pero de manera diferente. Es como si la vida fuera en todas partes la misma, sólo de diferente color. Y por ello, quisiera conocerte más, valorar lo que haces, lo que amas y construyes. Ojalá un día vengas a mi casa, y te sientes en mi banco y me cuentes de ti, hasta que el sol se hunda detrás de las palmeras de mi selva...
Tú vas al supermercado y regresas a casa con comida y a veces con una mascota para tu hijo. Yo salgo a la selva a buscar mi comida, que está por todas partes; y a veces regreso a casa con un mono o un papagayo para que juegue con mis hijos.
En los campos, tus hermanos rezan a San Isidro para que no llueva, nosotros a Nunkui, la madre de las plantas cultivadas.
Te he visto sentado junto a tu hijo, enseñándole las cosas de la vida. Yo hago lo mismo, pero muy de mañana, y te aseguro que a mis hijos les encanta oír las historias de mi pueblo.
Y cuando tú vas al mar a bañarte y gozar del sol, yo me voy al ancho río Upano, que para mí es como el mar.
Y cuando te enfermas, el doctor te cura matando los microbios con remedios. En mi pueblo, el schamán los mata con flechas que nadie ve.
O sea, que hacemos lo mismo, pero de manera diferente. Es como si la vida fuera en todas partes la misma, sólo de diferente color. Y por ello, quisiera conocerte más, valorar lo que haces, lo que amas y construyes. Ojalá un día vengas a mi casa, y te sientes en mi banco y me cuentes de ti, hasta que el sol se hunda detrás de las palmeras de mi selva...
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